TERESA O LA SOLEDAD
Los ojos de Teresa estaban secos y ardían. Se negaba a que
la aflicción rompiera el frágil hilo que la mantenía unida a la cordura. Sólo
pensaba en que aquel sepelio sin cadáver le costaría un dineral. Julia, breve y
pálida, moqueaba a su lado, más sobrecogida que triste, mientras permanecían
sentadas en el banco de la iglesia, invadida ya por los ecos del templo vacío.
Teresa sentía plomo en el estómago, un dolor de vísceras exprimidas,
una bola fría y densa que se contraía y se expandía, provocándole agudos
espasmos. Una soledad nueva se le instaló en la piel y en el fondo de los ojos.
Al mismo tiempo, tuvo la clarividente sensación de que no perdía nada porque
nunca había tenido nada, ni bajo aquel techo con goteras que era su casa, llena
de humo y telarañas, ni en el ancho vacío de su alma desde que Lorenzo se había ido a América el día en que Julia cumplía seis años.
Lorenzo regresaba, diez años después, cuando el mar abrió su
hambrienta inmensidad y se lo tragó todo: a Lorenzo, el dinero que traía y las
lágrimas de Teresa.
Julia lloraba aún cuando Teresa revisaba la vieja caja de
latón en la que guardaba toda su fortuna: tres mil pesetas, parte de las cuales
servirían para pagar el funeral, y una fotografía de Lorenzo con los rizos
sobre la frente y los ojos claros como agua.
—No llores más, Julia.
La decisión de marcharse a la ciudad obedeció a la lógica
más elemental y la tomó en aquel mismo momento. Era, sencillamente, cuestión de
echar a andar la rueda que dormía en sus tripas, trabada por un sueño estéril
que el naufragio volteó, dejándola sin más amparo que su capacidad para
sobrevivir.
Julia era dulce y testaruda. Hablaba poco y lloraba por cualquier cosa. Teresa la adoraba, pero la sentía ajena, como el pájaro que iba todos los días a cantar sobre el alféizar de la ventana pero que no aceptaba ninguna jaula. Acudía a la escuela de las monjas donde estaba recogida durante las diez horas que ella trabajaba en la tabacalera, barriendo el almacén.
Julia era dulce y testaruda. Hablaba poco y lloraba por cualquier cosa. Teresa la adoraba, pero la sentía ajena, como el pájaro que iba todos los días a cantar sobre el alféizar de la ventana pero que no aceptaba ninguna jaula. Acudía a la escuela de las monjas donde estaba recogida durante las diez horas que ella trabajaba en la tabacalera, barriendo el almacén.
Julia estudiaba poco, fantaseaba mucho y parecía que siempre
estaba en la inopia, con los ojos, claros como los de Lorenzo, puestos más allá
de cualquier cosa visible. Después de la escuela, las monjas la mandaban al
taller de costura, pero los hilos se le enredaban en los dedos en nudos
imposibles, y Sor María le golpeaba las manos consiguiendo sólo que Julia
llorase sin pausa durante horas, como un ángel derrotado. Sin embargo, decía Sor María y era verdad, que
Julia dibujaba admirablemente.
La niña dibujaba mariposas que parecían aletear sobre el
papel. Teresa pensaba que era una afición poco útil, así que cuando empezó a
recortarlas y a colgarlas del techo de la cocina con los hilos de la costura,
se lo prohibió. Julia no protestó, cambió las mariposas por pájaros, flores,
árboles y ríos y, sin pretenderlo, dibujaba paisajes llenos de luz. La luz se
adivinaba, llegaba al dibujo desde algún sitio. Julia sabía dibujar la luz como
las aves saben construir sus nidos, de forma natural.
Cuando cumplió dieciséis años, Teresa solicitó para su hija un
puesto de aprendiza de cigarrera, pero las hojas de tabaco se le quebraban en
las manos como oscuros cristales de hielo. Las envolvía formando una especie
de canutos amorfos que acababan convertidos en tabaco de picadura. No aprendía
nada, sus dedos y su cabeza no se ponían de acuerdo
Al cabo de unos meses, se negó a volver a la fábrica. Teresa
le pegó y Julia recibió los golpes con estoica indiferencia. Luego lloró
escondida hasta que sintió menguar aquel río inagotable de lágrimas, pero no
volvió a la fábrica.
—¿Qué quieres hacer?
—Quiero aprender a pintar.
Teresa pensó que desvariaba, que estaba mal de la cabeza. No
podía imaginar que algo así se aprendiera como si fuera la letanía o la tabla
de multiplicar. No creía que los cuadros salieran de los pinceles como las
ciruelas salen de las flores.
—¿Dónde se aprende eso?
—Tendría que ir a Madrid, a una escuela especial.
A Teresa se le quedó el alma desprotegida frente aquella
inquietud, que había conocido por primera vez con la marcha de Lorenzo, y se
rebeló contra la impotencia de sus razones porque sabía que sólo conseguiría
ganar tiempo.
Teresa y Julia no hablaron más de la cuestión. Cada una
pensaba por su cuenta: Julia en la forma de marcharse y su madre en la de
sacarle de la cabeza tal idea, así que decidió mandarla otra vez al taller de
las monjas.
Sor María se negó a hacerse cargo de ella; la puso
directamente bajo la tutela de la Madre Adoración, la Superiora. Ésta la
condujo a la capilla y la obligó a arrodillarse ante el altar durante horas,
varios días seguidos, con la intención de doblegarla y para que meditase sobre
la atrocidad de la desobediencia.
A Julia le dolían las rodillas, así que se sentaba cuando la
dejaban sola. Lo de meditar lo convirtió en un puro eufemismo: suplantaba la meditación
por el ensueño, contemplando con arrobo el cuadro que colgaba del retablo, una
bella reproducción de “La Sagrada Familia del pajarito”. Se imaginaba que ella
era el niño que sostenía el ave cándida, mientras sus padres la velaban como a
un tesoro. Soñaba a sus padres a su lado, su calor y su ternura como cuando era pequeña. El silencio de la capilla parecía traerle la calidez de su hogar.
Cuando la Madre Adoración le preguntó si estaba arrepentida,
Julia no contestó; tampoco bajó los ojos. Entonces la religiosa cruzó las manos
bajo el escapulario del hábito y sondeó las
pupilas de la muchacha que chispeaban impertérritas. Un sentimiento misericordioso se apoderó de la Madre Adoración y le hizo entender que la
voluntad de aquella niña menguada y frágil era más fuerte que las bofetadas,
los castigos y las penitencias. En segundos se trasladó de la capilla a su
propia infancia, a las injusticias y a la dura condena del hábito con el que le habían impuesto una vocación que no sentía suya.
—Espérame aquí, Julia.
Al poco rato volvió con un papel y una caja de lápices de
colores.
La Sagrada Familia del pajarito. Murillo |
—Copia el cuadro del
retablo.
La niña la miró, primero incrédula y luego aterrorizada.
Quiso decir algo, pero la Madre Adoración salía ya de la capilla seguida de la
nube negra de su velo. Julia enmudeció dentro de sí misma, se le agarrotaron
los dedos y no supo por dónde empezar. Contempló largamente el cuadro, hasta
que vio al pajarillo revolotear sobre su cabeza, pero esto no le sirvió de
ayuda y sedobló sobre el papel con un gesto doliente y caótico. Salió de la
capilla, dejando todo sobre el banco, y se fue a su casa.
—Mamá, quiero volver a la fábrica.
Fueron meses penosos en los que Julia empeñó sus reducidas
habilidades en aprender a hacer cigarros, pero terminó embalando cajas en el
almacén. Trabajaba como una pequeña autómata, sin quejarse. Teresa estaba
complacida y, de momento, había arrinconado sus temores, pero no se dejaba
engañar, pues su hija parecía escapársele como
viento entre las manos.
Más adelante, le permitió quedarse con parte del salario y a
Julia le faltó tiempo para comprar papel de dibujo y unos cuantos lápices.
Teresa no dijo nada esta vez. Cualquier cosa era mejor que contemplar aquellos
ojos cargados de silencios.
Una tarde de domingo, Teresa se durmió sobre la mesa de la
cocina, al calor de la lumbre. Cuando despertó, Julia había salido, dejándole
al lado una hoja de dibujo con su retrato vencida por el sueño. Mientras observaba el papel que
temblaba en sus manos, no pudo imaginarse a su hija volviendo a la fábrica,
Cuando Julia subió al tren que la llevaría a Madrid, con los
ojos llenos de lágrimas y de sueños, Teresa le entregó la vieja caja de latón.
En ella guardaba todas sus privaciones: algo de dinero y una composición
fotográfica, desproporcionada y anacrónica, de ella y de Lorenzo.
—No llores más, Julia —repetía Teresa sin poder contener su
propio llanto.
Julia se asomó por la ventanilla del vagón de tercera,
agitando la mano en un largo adiós. Las bielas iniciaron su danza de distancias
y la locomotora arrastró indiferente su carga sobre los raíles. Teresa se quedó
sobre el andén como una patética estatua de paja y dejó de sentir el pulso de su vida.
En casa desbordó su angustia sobre la mesa, desbaratada,
incontenida. Lloró lágrimas viejas y nuevas, hasta que el caudal tibio que
fluía por todos sus orificios se agotó. Entonces se quedó dormida con una
laxitud desmadejada y fantasmal, con toda la noche por delante.
El amanecer la alertó con la luz que entraba por el ventanuco.
Contempló las mariposas que Julia había recortado y que aleteaban ingrávidas,
suspendidas del techo de la cocina por los hilos de la costura. Tenía los pies
entumecidos de frío y le ardía la cabeza. Se pasó una mano por la frente; la notó helada. Se levantó y salió
a la soledad de su vida sintiendo el corazón envuelto en papel de estraza.
Aurora G. Rivas RPIPA 22/3/2002
Precioso relato que defines en esas dos generaciones, madre e hija, la lógica lucha para sobrevivir a una desgracia y la de iniciar su propia vida, en esos pasos posteriores. La niña con sus inquietudes, los sueños, su afición a la pintura. La madre con el realismo y la tragedia en sus espaldas, en el día a día que le había marcado. Final feliz y triste, pero con esa esperanza velada de que las dos, a su manera, conseguirían la felicidad y sus propósitos.
ResponderEliminarUn abrazo Aurora y feliz puente.
Carayyyyyyyyyyy Rafael. Muchísimas gracias, además de ser un lector atento, eres muy generoso.
ResponderEliminarFeliz puente para ti también. Un abrazo
Aurora, tu relato se adentra en la dureza de la lucha por sobrevivir y continuar adelante pese a las asperezas que la vida. Donde a la visión creativa y soñadora de la hija se sube a un tren y el dolor contenido de la madre sola se suaviza con los colores que vuelan en las alas de las mariposas dibujadas.
ResponderEliminarEs un relato que nos conduce por un mundo duro pero salpicado de poesía, de imágenes llenas de fuerza y de ternura.
Un placer volver disfrutar de tus relatos.
Un abrazo
Muchas gracias por tu gentileza. Tus relatos sí que son buenos, con ese aire de realismo mágico que sabes imprimirles de forma tan natural. Enhorabuena por la participación en ese libro, siempre es grato publicar algo en papel.
EliminarUn abrazo. Aurora
HOLA AURORA
ResponderEliminarGRACIAS POR VENIR A MI RINCONCITO. UN PLACER PARA MI RECIBIRTE.
CON MAS TIEMPO VOY A VENIR A LEER TU RELATO PERO NO QUERIA DEJAR PASAR SIN AGRADECERTE Y SALUDARTE.
UN BESO GRANDE, AMIGA.
CARIÑOS
Tu blog es exquisitamente espléndido, y sé que es una redundancia, pero me asombra tu buen gusto y tu saber hacer frente a la estética sin caer en la cursilería. Gracias a ti, amiga bloguera. Aurora
Eliminar...bella prosa donde late la emotividad , vida y el buen hacer de la creadora, un abrazo AURORA.
ResponderEliminar...traigo
ecos
de
la
tarde
callada
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazón
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...
desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ
COMPARTIENDO ILUSION
CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesía...
ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE LEYENDAS DE PASIÓN, BAILANDO CON LOBOS, THE ARTIST, TITANIC SIÉNTEME DE CRIADAS Y SEÑORAS, FLOR DE PASCUA ENEMIGOS PUBLICOS HÁLITO DESAYUNO CON DIAMANTES TIFÓN PULP FICTION, ESTALLIDO MAMMA MIA,JEAN EYRE , TOQUE DE CANELA, STAR WARS,
José
Ramón...
¡¡¡Muchísimas gracias!!! Es un placer verte por aquí, bloguero desconocido. Así vamos haciendo lo que nos gusta y alguien nos lee.
Eliminar¿A los títulos que has puesto añadirías?: Como agua para chocolate, El jardinero fiel, El amante, El velo pintado, Hotel Ruanda, Los santos inocentes...
Te
devuelvo
los
ecos
de la
tarde
en
una
mañana
de Asturias
con
lluvia
fina
como
telarañas
colgadas
del
cielo.
Aurora
Muy buen relato, donde la lucha humana, es descrita con verdadera pasiòn.
ResponderEliminarun saludo
fus
Muchas gracias. Es un cuento escrito hace muchos años. No he querido tocarlo, pero hoy lo escribiría de otra forma, más austero. Eso sí, intentaría no quitarle fuerza. De todos modos, creo que es un poco excesivo. Me gustaría que alguien dijera de lo que escribo también lo que no le gusta o lo que cree que no está bien. No me molesta, al contrario,
EliminarGracias por leerme. Aurora
Hola, bello relato lleno de magia y sentires. Un placer leerte. Cuidate.
ResponderEliminarGracias, Poetiza... Como le digo al amigo de antes ¿nada que objetar? Me extrañaría que no encontraseis algo que esté mal... Yo sí lo veo.
ResponderEliminarUn abrazo. Aurora
No hay nada que objetar. Aurora, es un relato preciosos.
ResponderEliminarDos persona que ven la vida en diferentes colores. Teresa ve en negro, Julia ve en todos los colores. Las personas cómo Teresa no tienen posibilidades en la vida, sin embargo, las personas cómo Julia tienen infinidad de posibilidades.
Deseo mil colores a todos nosotros.