LILAS
PARA LUCÍA
Lucía vislumbraba, desde el
gris acuoso de sus ojos, las lentas luciérnagas de las manecillas del reloj que
marcaban las cuatro de la madrugada. Era
una noche como todas, seguramente dormiría algo hacia el amanecer. Mientras
tanto, se dispuso a bucear en los recuerdos de su vida porque eso le hacía más llevadero el
camino hacia el final.
Alguien la había aparcado en una residencia porque era demasiado vieja para vivir sola, apartándola de
todo lo que le era querido y familiar. Desde entonces, no había tenido más que alguna visita apresurada los domingos y un beso pegado como un sello de correos
en un sobre sin dirección.
Aquella mañana se sentía más
cansada que de costumbre, más dolorida y más torpe. Decidió no levantarse a
desayunar, así que volvió a cerrar los ojos
mientras oía la lluvia al otro lado de la ventana: era abril que se
desbordaba sobre el mundo. Pensó que sus lilas se echarían a perder y eran lo
único bello que aún le quedaba.
Florecían siempre para su cumpleaños y éste,
que era seguramente el último de su vida, no se encontraba con fuerzas para
volver a su jardín y cortar un gran ramo, como el que había llevado a su
habitación al final de cada primavera cuando su casa estaba llena de risas y luz.
Lucía abrió los ojos del todo
y le miró con atención; parecía agradable y no debía de tener más de diecisiete
años. Llevaba el pelo cortado al cero, dos pendientes de plata en la oreja
izquierda y se vestía con una camiseta blanca, impoluta, y unos vaqueros
gastados.
—¿Cómo sabes mi nombre?
El muchacho se quedó
pensativo un momento y sonrió.
—No podría ser ningún otro.
Y mientras le contestaba con
absoluta naturalidad, la miraba a los ojos. Fue un rato muy agradable. Miguel
le ayudó a levantarse y a asearse. Fue a buscar la bandeja con el desayuno y luego la sentó en la mecedora mientras él arreglaba la habitación. Lucía observó cómo hacía la cama, con el embozo bien arriba, como era su gusto. Era una pelea continua la que tenía con la auxiliar, que lo dejaba demasiado abajo, luego ella se veía obligada a tirar de la ropa, con todas sus fuerzas, para poder cubrirse los hombros doloridos por la artrosis. A través de la puerta abierta del cuarto de baño, vio cómo limpiaba y ordenaba éste, dejando el frasco de la colonia a la derecha de la repisa, y el vaso para los dientes, a la izquierda, acertando con todas sus manías, lo que le llamó extraordinariamente la atención. No hizo, sin embargo, ningún comentario. Miguel no parecía muy hablador; era suave y diligente y se movía por la estancia con una naturalidad y una destreza para la que perecía muy bien entrenado.
Cada mañana, durante el mes de mayo, Miguel volvió para ayudar a
Lucía. Luego se marchaba y, a veces, lo veía caminar por el sendero hacia la
salida y perderse tras los muros del jardín de la residencia, silbando
alegremente.
Lucía se acostumbró a aquel
ritual diario y él, a la misma hora, llegaba para darle el desayuno y
arreglarle la habitación a su gusto, hasta en los menores detalles. Incluso los
bizcochos que le traía estaban enteros, como si supiera cuanto le desagradaban
partidos. Todo estaba ordenado sobre la bandeja de forma exquisita; cada cosa
en su sitio, la cucharilla a la derecha, sobre la servilleta inmaculada, y no
como aquel servicio tan descuidado que solían traerle, con la cucharilla dentro
de la taza y la servilleta arrugada y sucia, puesta de cualquier manera. Estas
pequeñas cosas le hacían la vida un poco menos vulgar y le alegraban el
corazón.
El muchacho parecía saber
todo esto, aunque nunca hizo ninguna pregunta. A ella le encantaba su presencia
—como cuando llegaba algún joven del
equipo de voluntarios, porque eran alegres y entusiastas y rompían la monótona
rutina de los días—, aunque la ternura de Miguel transformaba sus actos en algo
especial.
Mayo transformó la lluvia en
días soleados y él la llevaba al jardín antes de marcharse, porque había
mejorado algo, aunque sus noches no cambiaron. Dormía apenas un par de horas
contra la mañana, hasta que llegaba Miguel. A principios de junio intuyó que
las lilas habrían empezado a florecer. Quizá en sueños le llegó su aroma y supo
que el día de su aniversario estarían resplandecientes.
Lucía empezó a sentirse cada
vez más cansada. La mañana de su cumpleaños
apenas podía respirar y mucho menos moverse. Casi no le quedaba fuerzas para
abrir los ojos, pero su olfato y su oído se agudizaron un instante antes de
expirar. Entreabrió los párpados al oír entrar a Miguel y percibió con diáfana
claridad el olor de las lilas que él depositaba sobre su almohada.
Lo último que sintió Lucía
fue el fresco aroma de las flores contra la piel de su rostro, y lo último que
vio fue al joven mientras dirigía su mano hacia sus ojos y le ayudaba a
cerrarlos. Entonces empezó a sentirse maravillosamente bien.
Luego se deslizó a través de
un túnel oscuro, pero más ligera y de forma más sencilla a como lo había
imaginado, como si hubiese dejado todo el bagaje de su vida sobre el lecho,
dentro del viejo cascarón que acababa de abandonar. Cruzó la última oscuridad
como la llama de una pequeña candela, atraída y avivada por otro resplandor más
poderoso.
No se sorprendió al ver a
Miguel que, al otro lado, la esperaba y le ofrecía su mano para conducirla a
las estrellas, a través del camino que se abría ante ellos, alfombrado por
millones de lilas.
FIN
Un tierno relato que describes magistralmente y a la vez con una sencillez que conmueve.
ResponderEliminarGracias por dejarnos este escrito tan precioso Aurora.
Un abrazo y feliz fin de semana.
Gracias, Rafael. Feliz fin del fin de semana.
EliminarGRacias por este regalo que me das al conocerte y poder visitar tu maravillosa pagina des hoy te sigo :D
ResponderEliminargracias or dejar tu calida huella en mis versos ;)
saludos un abrazo a ti hasta ti.
Grcias a ti, Atlántida sumergida en versos y belleza. Un abrazo desde Asturias.
EliminarMe he permitido añadir un enlace en mi blog de tu blog. Si no estás de acuerdo, me lo dices y lo suprimo. Aurora
EliminarMisterioso, conmovedor... así es la vida. Que nunca nos falten las cosas que nos hacen feliz.
ResponderEliminarUn beso.
Tienes razón, Marina. Algo tan sencillo como una flor o un perfume puede ayudarnos a salvar malos momentos. Un abrazo.
EliminarHola, hermoso relato el que compartes. Fue un placer leerte. Cuidate.
ResponderEliminarMuchas gracis, Sandra, eres muy generosa y amable. He añadido un enlace a tu blog. Un abrazo desde mi otoño asturiano.
EliminarAurora es una historia tierna y a la vez triste con un final sereno y que refleja esa paz que el personaje sintió al morir. A través de la narración vamos descubriendo la soledad del personaje y como se enfrenta a la muerte al final de su vida.
ResponderEliminarUn magnífico relato que nos emociona.
Un abrazo
Muchas gracias, es un cuento, pero ojalá todos supiéramos llegar al final con la misma serenidad. Aunque, claro, no sé si contaremos con la ayuda de un ángel.... Un abrazo.
EliminarGracias por tu hermoso comentario y espero que el traductor funcione adecuadamente. me gusta mucho tu blog y pienso irlo descubriendo poquito a poco, para saborearlo. Es tuyo el escrito? es precioso! Es tan enrriquecedor compartir blogs que vamos descubriendo, hay mucho por compartir y muchos con quien hacerlo. Te invito a conocer mi otro blog: elisendaortega.blogsport.com. Un abrazo!
ResponderEliminarQué alegría conocer a tanta gente con las mismas aficiones. Claro que veré tu blog. No creo que me haga falta traducir casi nada porque soy gallegoparlante y es muy parecido.
ResponderEliminarPues sí, los cuentos que aparecen aquí son míos y están publicados en gallego y en portugués: "Contos, ducia e media d'eles" y "Contos, duzia e media deles"
Un abrazo y bienvenida.
Increible relato... se nota que has nacido para esto
ResponderEliminarMe ha encantado la sencilla manera que tienes de narrar las situaciones y sensaciones que van atravesando los personajes de esta
historia.... yo soy un cirujano plastico reparador de profesion pero un poeta y escritor de alma que se apasiona cuando encuentra este talento en la web
felicitaciones todos tus post son una delicia
saludos desde argentina y hasta la proxima visita
Muchísimas gracias. Tus palabras son muy gentiles. Gracias.
ResponderEliminarHace seis años estuve en Buenos Aires, presentando algunos libros míos en el Centro Asturiano, acompañada de mi primo el Doctor Eliseo García y del poeta Jorge Ariel Madrazo. También estuve en el Centro Betanzos, acompañada por el poeta Carlos Penelas y de su esposa Rocío. Tuve la suerte de verlos el año pasado en España y estuvieron en mi cuidad (Gijón) impartiéndonos una charla sobre la creación poética. Me vine con la luz de la cuidad pegada al corazón.Fueron unos días muy bellos, pues tengo allá muchos primos y tuve la suerte de verlos a todos y cumplir así el sueño de mi padre que nunca volvió a ver a sus hermanos después de marcharse como emigrantes a Argentina. Yo vi a sus descendientes y fue conmovedor encontrarnos todos, fruto de un mismo tronco familiar.
Muchas gracias de nuevo. Es un placer...
Todos los cuentos publicados aquí, están publicados en mi lengua vernácula y en portugués en dos libros hace algunos años ya.
Por cierto, Doctor: el poeta Carlos Penelas fue relaciones públicas de la Fundación Favarolo antes del Corralito.
ResponderEliminarSaludos y gracias de nuevo.
Hola Aurora
ResponderEliminarMe he emocionado mucho con tu relato, tan bien escrito!!!
Te felicito, me he sorprendido también con el final tan tierno.
Eres muy talentosa amiga.
Por falta de tiempo no había podido leer tus otras entradas. ÉSta es una maravilla.
Un besito
Gracias, Luján. Espero que tú sigas en la misma línea. Es muy interesante e instructivo lo que haces. Un abrazo.
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