domingo, 27 de julio de 2014

VIAJERO DE IDA Y VUELTA



Samuel Montalvetti



VIAJERO de IDA Y VUELTA

Te entrego, viajero de ida y vuelta,
casi virgen, mi palabra. Te entrego, boca
adentro, turbadas sílabas en el frío de las noches
huérfanas, el inquietante sabor de los nísperos
y su poso amargo.
Te entrego
el silencio de mis ingles:
horizonte al que no llegan nunca
tus barquitos de papel siempre a la deriva.



De “La flauta del sapo” Aurora G. Rivas

miércoles, 23 de julio de 2014

LA MADRIGUERA CUMPLE UN AÑO UNOS DÍAS ANTES DE LA III EDICIÓN DEL ARCO ATLÁNTICO

Mi novela "LA MADRIGUERA" cumple un año estos días. Su primera presentación en el Arco Atlántico y las que siguieron, me han traído la satisfacción de un trabajo hecho con ilusión y cariño, con sus errores de impresión y algunos más. Pero es así como se edita hoy. Todo es cortar y pegar y ningún corrector subsana los errores. ¡Qué tiempos aquéllos en los que no importaba tener faltas de ortografía porque para corregirlas ya estaban los correctores! Tiempos idos que no volverán porque la informática, para bien y para mal, se apoderó hasta de nuestra imaginación.



La espléndida tapa es creación original para esta novela de la pintora asturiana Celsa Díaz, columnista además de La Nueva España.


LA MADRIGUERA.- Texto de la presentación de Marián Suárez  (Licenciada en Filología Francesa, especialista en Literatura) en el Arco Atlantico 2013


En primer lugar quiero dar las gracias a Aurora por confiar en mí una vez más para presentar uno de sus libros. Conozco su obra y su oficio como escritora y me siento muy honrada de estar hoy aquí en el marco del Festival del Arco Atlántico 2013.
 La madriguera es la primera novela en castellano de la autora aunque publica también en gallego-asturiano (As razois d'Anxélica). Escribe poesía, relato breve y cuentos para niños. Ha participado en numerosos concursos en los que ha cosechado notables éxitos, entre los que se encuentran el Premio Internacional de Poesía “Ateneo Jovellanos” en el año 2006. Asimismo colabora con diversas publicaciones, con la Academia de Llingua Asturiana y la Oficina de Política Llingüística del Principado. Fue miembro cofundador de la asociación Poegía y, actualmente, forma parte de la directiva de la asociación cultural L'Arribada de Gijón.

La primera impresión que me produjo la novela fue la misma que me producen algunos cuentos de Chéjov por su naturaleza enigmática: un relato en el que parece que no pasa nada pero pasa todo, cuentos de apariencia discreta que requieren reflexión y análisis para superar la evidencia. Ni el título ni la portada evocadora de la pintura de Hopper aclaran nada del relato, es leyendo la novela que alcanzamos a entender ambas cosas. Pero no esperemos un final impactante, la narración dirige al lector hacia la conclusión natural de una vida vivida, la de Teresa, y la de otros personajes que tuvieron menos fortuna en el conflicto que cada cual sufre con el mundo. Con ayuda de una narrativa fluida, impregnada de un lirismo tejido con engañosa facilidad, y un léxico escogido, la autora nos conduce por senderos que nos permiten conocer mejor la vida sin caer en lugares comunes.

No seré yo quien desentrañe el argumento de la obra porque eso le corresponde al lector pero  sí quiero señalar brevemente que en esta novela fundamentalmente femenina, que cuenta el devenir vital de una saga familiar, la protagonista, personaje crepuscular, recorre el espacio y el tiempo a través de la técnica del flashback rememorando éxitos y fracasos en la búsqueda de sí misma a través de la pintura para volver al origen, a su tierra leonesa , a esperar el final.
El relato en primera persona vertebra la narración aderezada con la presencia de Daniela, su fiel compañera de viaje y responsable involuntaria, o no tan involuntaria, de los diversos estados de ánimo de Teresa en el corto período de tiempo presente que abarca la novela:

Daniela nos mira ya sin sorpresa. Sé que me ha pillado. Somos un par de damas astutas, sin nada importante que hacer, que se azuzan entre lo absurdo y lo banal. (71)

La narración avanza a través de personajes magistralmente descritos y la infancia feliz pasada en La Cueta, en contraste con la infancia  miserable e hiriente de algunos familiares de La Cabrera.

Reme era menos fuerte que los demás. Sus ojos claros y el pelo rubio la distinguían de los otros y parecía una bestiecilla llegada de algún lugar lejano y desconocido. No tenía muchas luces ni mucha capacidad para nada. Enfermiza, débil, callada y dócil como un cachorro olvidado entre la ceniza, iba creciendo sin entusiasmo.(45)

La historia de España está muy presente en el libro pero en la medida que afecta a los personajes y no como un tratado histórico del siglo XX, conocido por todos.
La profusión de personajes secundarios, con su polifonía coral de voces que se intercalan y suceden, hace de esta novela un caleidoscopio humano descrito con el mismo detalle que los espacios (privilegiando las comarcas leonesas de Babia y La Cabrera y París). Este estilo descriptivo, con un fino uso de la adjetivación en el difícil arte de poner nombre a las cosas, se hace extensivo también a las escenas narrativas y a las sensaciones, como si de un guión cinematográfico se tratara. Pondré sólo algún ejemplo:

La calle Oscura, sólo lavaba sus miserias cuando llovía, pero todo se juntaba al final y atascaba las alcantarillas que rebosaban de espumarajos y desperdicios pestilentes, así que la hediondez y las miasmas se respiraban sin remedio.(73)


El hambre nunca se olvida. Es una sensación cruel y destructiva: en el punto medio exacto del estómago se hace un vacío inmenso y una especie de ola caliente te sube hasta los dientes. (61)


No puedo olvidar el acertado análisis del ambiente artístico del París de la bohemia, tan idealmente cantado por la literatura, entre la miseria de la supervivencia inicial y el fasto del triunfo posterior en el que Teresa no participa.

Ningún hechizo, ningún misterio nos acompañaba, salvo el milagro de ir pasando los meses sin morir en cualquier buhardilla sin luz y sin fuego. Sólo alguien ajeno a lo que allí se esconde puede ver el prodigio de la luz colándose entre las ramas desnudas del invierno o incidir en la cúpula de la basílica que corona la colina de Montmartre, blanca, petulante, fea. (69)

En una narración rica en matices como la de La madriguera caben temas tan humanamente universales como la soledad y el hastío, la incomunicación, la alteridad, el amor y la muerte que planea sobre toda la novela.

Me siento cansada de cada minuto vivido sin necesidad. No deseo morir pero busco quimeras, ansío una vida llena de emociones como si eso fuese posible. Mi mente trabaja a destajo, pero mi cuerpo casi no responde a esos estímulos. Me siento prisionera no sé muy bien de qué, pero mi último instinto, mi última esperanza, me ata a cada día que amanece. (123)

Todos y cada uno de estos aspectos no pueden soslayarse si hablamos de experiencias vitales, a todos nos competen.
Para finalizar me gustaría apuntar que La madriguera, de Aurora García Rivas, me recuerda la elegante prosa del romántico alemán Eduard Mörike, cuyos temas recurrentes eran la presencia de la muerte y el poderoso influjo del arte en el hombre.
Muchas gracias, Aurora. Luis Racionero dice que lee para vivir mejor. Tú escribes para que tus lectores vivamos un poco mejor porque el hechizo del arte nos alivia de la pesadumbre existencial.


Firmado: Marián Suárez, licenciada en Filología francesa.


 Os regalo un párrafo de "La madriguera"

"París es cruel con los mendigos pero lo es más con los muertos de hambre que no pueden acercarse a Notre Dame ni siquiera a mendigar porque ya cada mendigo tiene, aun hoy, su esquina, y se protegen de los intrusos en  mafias bien organizadas. Los que pretendíamos ser artistas no teníamos cabida entre ellos y nos despreciaban y nos perseguían sin compasión. Estábamos peor que cualquiera de ellos porque a nuestra miseria se sumaba nuestra ignorancia y nuestra arrogante pedantería. No, no teníamos sitio entre los más pobres de los pobres. Y entre nosotros mismos, la envidia nos hacía mezquinos y la traición era, muchas veces, la única arma de supervivencia.
A la placita du Tertre encorsetada en la parte alta del barrio de Montmartre, tras la basílica del Sagrado Corazón, nunca fui capaz de encontrarle la magia y la luz que tanto se predica en los folletos turísticos. Siempre me pareció un sitio lúgubre, un espacio para la bohemia más triste y una especie de limbo donde cada uno de nosotros buscaba la forma de comer algo caliente cada día. Yo, a veces, miraba las caras de los demás pintores, casi todos sin ningún talento, casi todos menos que mediocres y todos imbuidos de una presunción irracional y en poses tan absurdas que si pudieran verse de verdad, se llenarían de espanto. Ningún hechizo, ningún misterio nos acompañaba, salvo el milagro de ir pasando los meses sin morir en cualquier buhardilla sin luz y sin fuego. Sólo alguien ajeno a lo que allí se esconde puede ver el prodigio de la luz colándose entre las ramas desnudas del invierno o incidir en la cúpula de la basílica que corona la colina de Montmartre, blanca, petulante, fea." 

lunes, 21 de julio de 2014

TODO HUELE A DESVENTURA


Salvador Dalí: La miel es más dulce que la sangre.
DALÍ


“TODO HUELE A DESVENTURA”

Noviembre es un camello sin jorobas
que pace en la arena
de las blancas praderas de la luna.
Se agranda ante mis ojos
y perece en mis manos su presagio
de lluvia, de inocencia.

Teníamos estrellas, rutilaban
igual que joyas en la noche.
Una a una las cegamos
y todo huele a desventura.

Nos merecemos esta muerte, no lo dudes.

Aurora.



sábado, 19 de julio de 2014

Fotos de actos de La Arribada y del Arco Atlántico. Estáis invitados.

HOMENAXE A SEAMUS HEANEY
Carteles de La Arribada desde 2006 a 2012, Gijón
Inauguracón La Arribada 2006 CAI.- Primer año de La Arribada, Gijón

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Viajes en globo aerostático para homenajear a Julio Verne. Arco Atlántico. foto Carlos Espina
Los escritores llegan en barco al puerto deportivo de Gijón
Más escritores llegan al puerto

Banda de gaitas recibiendo a los escritores en el puerto deportivo

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Arco Atlántico 2013, teatro en el CAI

viernes, 18 de julio de 2014

ARCO ATLÁNTICO DE GIJÓN EN SU TERCERA EDICIÓN

http://www.elcomercio.es/gijon/201407/18/seis-entidades-culturales-arcu-20140718004001-v.html#myModal_video_3680594844001_3083581423617_1_1405648525240

Comienza el "Arco Atlántico" de Gijón. Estás invitados a acudir a alguna o todas las actividades que tendrán lugar en el muelle deportivo, en el CAI, Casa Natal de Jovellanos y otros puntos de referencia.

martes, 15 de julio de 2014


Petite chapelle, París 2005.- Foto propia




PARÍS

Siempre que voy a París
echo de menos mis macetas de albahaca.
Si es en invierno sé que florecen con unas extrañas
flores de lana y papel.
Si es en verano, cultivo en ellas también sombreros
y girasoles.
Sólo el otoño en París
me permite embriagarme con la luz de Montmartre.
Mi albahaca nunca florece en otoño,
se entristece  conmigo paseando  los Campos Elíseos
y escuchando ¿te acuerdas? la voz de aquel niño.

...mon pauvre enfant, ta voix dans le Bois de Boulogne!*

*Âme, te souvient-il.- Verlaine





domingo, 13 de julio de 2014

VIRUTAS: Cuento rural publicado en este mismo blog en 2012;,Incluido en mi libro "Contos, ducia e media d'eles (editorial Trabe, Oviedo) y en portugués: Contos duzia e media DELES (Editorial EG, Lisboa)


Virutas

Llamó una noche a nuestra puerta aterido y hambriento. Tiritaba. Mi padre le pidió que pasase a la cocina donde yo le preparé una taza de vino caliente con azúcar mientras él intentaba calentarse en la estufa. Poco a poco recobró el color. Un caminante, dijo, al que la nieve ha sorprendido. Lo miré sin reservas: era un hombre muy guapo, con unos inmensos ojos azules bajo el flequillo revuelto.
fotos+de+paisajes+rurales+nevados
Cuando se hubo restablecido, me devolvió la mirada con más franqueza que curiosidad, pero en un segundo cambió la expresión de su rostro y tuve la sensación de que sus ojos me atravesaban como un relámpago. En un instante se encendieron sus pupilas mientras me daba un repaso de arriba abajo. Yo había oído hablar del flechazo y me parecía una tontería —otro de los inventos con que la gente entretiene sus dimes y diretes—, pero supe que la tontería acababa de arrebatarme al séptimo cielo y que prometía cielos más altos.
Se quedó en casa porque mi padre necesitaba un ayudante para su máquina de hacer madreñas y para las faenas del campo y de la huerta y él necesitaba trabajo y techo. 
En poco tiempo se convirtió en un experto con cualquier herramienta; imprescindible, callado, duro y voluntarioso para cualquier faena. Nunca estaba enfermo, no se quejaba, comía poco… A mi padre lo tenía completamente hechizado y empezó a delegar en él responsabilidades que nunca se había atrevido a delegar en nadie. Se levantaba mucho antes que el sol y se acostaba agotado mucho después que los demás. Aun así, se metía en mi cama silencioso como un gato. Al amanecer se levantaba y se iba con el mismo sigilo.
Se llamaba Pepe pero acabé llamándole Virutas porque Pepe también se llamaban mi padre, mi hermano y mi sobrino y, como en mi familia no había imaginación ninguna para buscar nombres a los recién nacidos, los Pepes ya me parecían demasiados. Virutas me pareció original y además muy apropiado porque, entre otras maravillas, llevaba a mi cama el pelo enredado con pequeños recortes de la madera de abedul con la que hacía las madreñas. Olía deliciosamente y no sé si aquel perfume resultaba afrodisíaco, aunque yo no necesitaba ningún aliciente extra, porque sentía que toda mi carne y mi alma se derretían con sus abrazos. Y eso ocurría una noche sí y otra también.
Virutas era pobre como las arañas, pero a mí el dinero nunca me había dado alegría ni incendiaba mis sueños. Durante el día casi no me hablaba o simplemente me decía señora por aquí o señora por allá, pero al amanecer me dejaba las piel ardiendo y un cosquilleo por el ombligo que me duraba hasta la noche siguiente. Mi cara se llenó de luz y mi voz se moduló con una música desconocida. Mi padre estaba también muy contento conmigo, has mejorado, decía. Y es que me había transformado en una hija atenta y laboriosa, algo que no parecía posible hacía tan sólo algunos meses. Me sentía feliz, nunca pensaba en las consecuencias de lo que estábamos haciendo.
Atilano, el hijo de don Venancio —el vecino llegado de América hacía mucho tiempo, tan asquerosamente rico que había comprado la mitad del pueblo—, venía a cortejarme desde el día en que cumplí dieciséis años, con la aprobación de ambos padres, pues estaba yo destinada a matrimoniar con él para juntar  las dos haciendas. Se sentaba en el escaño, bajaba la mesa y se ponía a comer castañas con la misma delicadeza que un cerdo cuando hoza en una ciénaga en busca de ratas. No me prestaba ni un mínimo de atención, algo lógico porque no parecían ser las mujeres las destinatarias de sus desvelos. 
Yo me oponía a la decisión de mi padre, pero él, no sé si con buen o mal juicio, decía que eso era lo de menos. Lo importante era abrir nuevas expectativas a nuestra industria de madreñas, comprar otra máquina, y mejorar la incipiente cría del pitu de caleya*
www.google.es/search?q=fotos+de+gallinas&
que estaba teniendo un éxito inesperado, pero a la que hacía falta una inversión importante y mi padre era muy agarrado para revertir, incluso en propio beneficio, los cuartos que tenía en el banco, seguramente criando pelusa. A don Venancio, por lo visto, le sobraban cuartos y no sabía qué hacer con aquel hijo dechado de todos los pecados capitales menos la ira, pues nunca se enfadaba y su gesto era siempre el mismo, lloviera, nevara o cayeran chuzos de punta. Pusilánime hasta la desesperación, comía a todas horas como única forma de ocupar su tiempo, que era todo el tiempo entre la amanecida y la anochecida. En realidad, parecía otro de los cerdos del corral engordados para la matanza.
Un buen intercambio, hija, ése era siempre el discurso de mi padre y a mí, que me habían educado para eso entre él y la tía Socorro, no me quedaba otra que decir que sí a todo, y si no decía nada, mejor. Pero yo estaba tan feliz, tan arrebatada, que me daba lo mismo que el tal Atilano viniese a cortejarme a casa con tan claras intenciones, tan pocas luces en la sesera y con todo ya hecho y decidido por la voluntad de nuestros padres. Yo era feliz, felicísima. Virutas era un portento, un mozo guapo, fibroso y tierno como un ternerillo. Me llenaba de atenciones; todas, como es de suponer, a oscuras y en secreto.
Y pasó. Era lo natural. Mi tía Socorro que era contrahecha y bizca pero nada tonta, me medía la cintura con el ojo bueno y no dejaba de lanzarme indirectas, pero hija, no me digas que Atilano… habrá que matrimoniar enseguida. 
Mi padre, nunca sabré cómo, se enteró de las escapadas de Virutas a mi lecho —el lecho que ya era nuestro lecho— y lo echó de casa. Virutas se marchó con más frío y más tristeza de  la que había traído. Pero no miró atrás. Yo adiviné dolorosas lágrimas en sus ojos, tantas como en los míos, y tal vez las únicas lágrimas que había soltado en toda su vida.
La misma tarde, mi padre llegó a la cocina y mientras Atilano engullía castañas sin tino, mirándolo con cara de asco, le espetó:
—Mañana os casáis. Ya está todo arreglado.
Atilano ni levantó los ojos, ardua tarea para semejante carnícalo. Siguió comiendo castañas y contestó como si le acabasen de decir que llovía:
—Está bien.
Yo no dije ni pío. Me dispuse a sacrificar mis sueños y mis noches de dulzuras en favor de lo que parecía que era mi deber y sintiendo que debía purgar de esa forma pecados inconfesables. Y así fue como nos casamos Atilano y yo y así fue como me fui a su casa, que la encontré llena de mondongos viejos, porquería a montones y miseria. 
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Tuve que empezar por echar a las gallinas al corral y limitar la libertad de los cerdos a la cochiquera; además me vi obligada rascar las vigas, de las que colgaban trenzados de hollines y telarañas, si no quería que aquella mugre me cayese en la cabeza. No acababa de entender dónde estaban los dineros de mi suegro para vivir de forma tan mísera. Supongo que en el mismo sitio que los de mi padre, produciendo réditos que se comía Hacienda, además de las pelusas.
Tuve que arremangarme, con la barriga ya como un bombo, para poner algo de orden entre tanto desatino. Exigí mejoras en la casa, al menos las elementales, es decir, agua y electricidad, un retrete y una cocina decente, una tinaja grande para bañarme yo, que sospecho que era la única que lo hacía, una cama en la que se pudiese dormir —sola, por supuesto—, y un cuarto sin goteras para el futuro vástago. Se me concedió todo en atención a lo que pronto iba a parir y a que marido y suegro creyeron que el hijo era hijo de quién no era. Lo peor es que Atilano también creía que era suyo y no entiendo por qué, ya que si por él fuese yo seguiría siendo virgen. Sólo mi padre, mi tía Socorro y yo, sabíamos la verdad, amén de Virutas, claro. Pero como de éste no habíamos vuelto a saber nada, no suponía ningún peligro.
Nació el niño, un Virutas pequeñito con los ojos como soles, azules como los del Virutas grande, y una mata de pelo crespo que fue cayendo y convirtiéndose en rizos dorados como los de su padre. Por aquello de que nunca un secreto bien guardado lo es, al final, todo el mundo supo (aunque disimulaban en nuestra presencia) quién era el padre de mi pequeño Virutas. Lo callaban, pero las sonrisas y los gestos eran suficientes y yo me hacía la sueca conteniendo una rabia que si la dejase escapar, envenenaría a una víbora. A mi padre le convenía hacerse el tonto, sólo Atilano y el suyo parecían en Babia. Acogieron al niño con mil arrumacos, como era de esperar de un padre y un abuelo.
—Mira qué bien lo has hecho, hijo. Qué niño tan guapo. Para que luego digan que eres marica.
Llegó el día del bautizo y fuimos a la iglesia engalanados para la ocasión, con mi niño arropado con la mantilla de cristianar más bonita y más cara que encontré —haciendo honor a los cuartos de mi suegro—, azul como sus ojos y blanda y amorosa como un regazo. Hubo las felicitaciones de rigor, los regalos de rigor, las alabanzas de rigor, y mi consiguiente cabreo por tanta hipocresía… que se críe bien, que Dios lo proteja, es un niño precioso, es igualito que su padre. Pues sí, igualito que su padre sí que era. Mi pequeño Virutas babeaba en mis brazos igual que babeaba su padre en mi cama, pero en otro sentido.
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Cuando íbamos a salir de la iglesia, con el niño ya bautizado, vi entrar por la puerta del claustro a Virutas llevando un gran cesto con tapas. Me quedé helada. Miré a mi padre pero éste no me miró. Supongo que no podía. Vi cómo apretaba el culo y le salía al paso intentando mantener el tipo.
—Hola, me alegro de verte, hombre. Supongo que traes un regalo para el niño.
—Traigo, sí señor.
—Muy bien, hombre, muy bien. Es de bien nacidos ser agradecido.
—Lo es, sí señor.
Huelga decir que a mí, aquella conversación tan formal, me olía a cuerno quemado y me puse a temblar cuando Virutas dejó su cesto a mis pies y, digno como un príncipe, se largó pisando fuerte y firme sobre las baldosas.
—Que tengan ustedes un feliz día.
Mi padre estaba demudado, no lo había visto nunca con semejante expresión y sé que pasó uno de los mayores apuros de su vida. Optó por lo lógico.
—Anda, hija. Abre el cesto a ver qué le trajo al niño mi antiguo criado.
—Deje, padre, deje. No es momento. Ya lo abro en casa.
—Mujer, estos buenos vecinos querrán saber cuál es el regalo.
—Ya, pero que vengan maña a verlo a casa.
—No les harás ese feo.
—Mejor en casa. Mejor mañana.
—Anda, hija. No les hagas un feo a nuestros vecinos.
—No, señor, no se lo haré. Abriré el cesto…
Y me dispuse a abrir el cesto encomendándome a toda la corte celestial y dispuesta a pasar la mayor vergüenza de mi vida. Es verdad que conocía a Virutas nada más que a oscuras y un poco si acaso a la luz, poco. Pero… mi Virutas no era un hombre cobarde y estaba segura de que con aquel regalo pretendía decirme algo.
Apreté al niño contra mi pecho, me agaché despacito con el corazón saliéndoseme por la boca y levanté con tiento una de las tapas. Por encima de mi cabeza, la vecindad asomaba las suyas en completo silencio y la más mezquina de las ruindades, la risita contenida y tapándose la boca, esperando no sabía qué. 
Aún hoy creo escuchar su jolgorio, carcajadas que resonaban en la iglesia como risas diabólicas, su bellaquería y su mala leche. Alguno se agarraba a la barriga sin poder contenerse y pataleaba para aliviar las risotadas que le hacían tambalearse mientras miraba el contenido del cesto.
El cesto estaba lleno de virutas.
Sentí que me quedaba sin sangre en las venas, pero fue sólo un segundo: tuve un momento de lucidez y el futuro se me presentó tan claro como un cielo sin nubes. Dejé el cesto en el suelo, arrebujé a mi niño, lo apreté contra mí y salí corriendo de la iglesia porque sabía que Virutas estaba esperándonos fuera. Me miró con una sonrisa llena de felicidad. Cogió a su hijo en un abrazo de increíble calidez, me miró largamente y pasó por mis hombros el otro brazo. Dimos la espalda a los parroquianos que habían salido detrás de mí como una bandada de cuervos que han avistado carroña y carretera adelante, sin mirar atrás, nos marchamos con lo que era nuestro, juntos para siempre, en busca de todo lo que nos faltaba por conquistar.
Aurora G. Rivas

*Pitu de caleya: pollos criados sueltos por las caleyas (caminos)

"TEMBLANDO CON EL VIENTO DEL ESTE"



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TEMBLANDO
CON EL VIENTO DEL ESTE
Más allá de lo que encierran
la médula de estos huesos
la llama inteligente de la vida
la piel y los sentidos
los ojos y su campo de visión
el gusto y el olfato...
había un mundo que era sólo mío.

Mas, como magia que nos llega de conjuros
muy antiguos, tú estás conmigo ahora
respirando, temblando con el viento del Este.*

*Claudio Rodríguez

De “La sombra del alcaudón”


sábado, 12 de julio de 2014

EN LAS CATEDRALES--RIBADEO





Una tarde mágica de 2008 en Las Catedrales de Ribadeo. Foto propia



EN LAS CATEDRALES
Acuarela

Anochece. Miro las rocas
que dioses antiguos tallaron
entre la tierra y el viento:
cantiles de lascas oblicuas,
arcos que abren oscuros silencios
y la espuma revelándose
efímera piel de la arena,
tan blanca que hiere los ojos
tan finamente esculpida
que se escurre en las manos
con la armonía de un vuelo. 

Con Alfonsina Storni
escucho la canción
que canta en el fondo oscuro
del mar la caracola.
Se hacen eternas las horas.
La marea disuelve el azul
de la noche y parece
que nunca volverá
a mis ojos la aurora.

A.G.Rivas

Firmando libros en la Semana Negra de Gijón.
Gentileza de mi editora Septem-ediciones y
la librería "La buena letra"

 "La madriguera" cumple un año.

Para el próximo otoño: "Vía muerta"


Foto


Foto
Con Inaciu Galán

jueves, 3 de julio de 2014