domingo, 21 de octubre de 2012


Domingo de cuento

LA TIRA CÓMICA

De buena gana le hubiera hecho tragar el asqueroso periódico, pero era mi jefe y aunque no sentía ningún respeto por él, no me atrevía a tanto. Por alguno de esos misterios de nuestra capacidad para las antipatías irracionales, le había tomado auténtica aversión. O tal vez es que, sencillamente, me sentí desplazada cuando llegó, pues dejé de ser la payasa de la oficina para convertirme en una especie de chivata malévola que hacía ver a los demás lo que veía yo.
Lo que nunca entendí fue que mis compañeros me siguieran el juego. Es verdad que era la más antigua y tenía sobre ellos alguna ascendencia, pero esa especie de lameculos  cuya simpleza y mezquindad era mayor que la mía, y que se frotaban contra todo lo que se pudieran untar, aunque fuese mierda, nunca la entendí. Me sentía frustrada, enojada con el mundo entero, sobre todo después de la llegada de Ramiro cuyo puesto yo ambicionaba. Mis compañeros cuchicheaban a mi espalda pero tenían para mí todo tipo de sonrisas cuya complicidad nunca llegué a creerme,  aunque que me venía de perlas para poner un punto cómico en aquella oficina sórdida y triste, aun a costa de la candidez de un compañero.
Todas las mañanas, la misma cantinela; Ramiro asomaba el hocico detrás de la mampara y me preguntaba:
—Elena, ¿has leído el periódico?
—Sí, hace rato.
—¿Me lo traes, por favor?
Yo me levantaba y le acercaba el periódico. Permanecía a su lado unos segundos y miraba por encima de su hombro sólo para asegurarme de cuál era la página que buscaba.
Siempre lo mismo, día tras día. A Ramiro sólo le interesaba la tira cómica y  la página de sucesos. La tira cómica nunca la entendía y se las arreglaba para que yo le explicase de qué iba la cuestión. Yo, a veces, y por pura maldad,  le explicaba todo del revés. Entonces el hombre se perdía en un embrollo de confusiones mientras yo disimulaba una sonrisa torticera. Los compañeros ahogaban la risa tras la mano o hacían que pareciera inocente. Ramiro nunca se dio por enterado de las pullas y las míseras indirectas que, sin caridad ninguna, le hacíamos continuamente. Él, con toda inocencia, una vez que ojeaba la tira cómica, iba a mi ventanilla y, entre cliente y cliente, me preguntaba.
—¿La has leído? Es buenísima, ¿verdad?
—Muy buena.
—¿Y tú crees que este personaje está acertado en lo que dice?
—Para nada, pero en eso consiste el chiste, Ramiro.
Y si yo no decía nada más, se iba. Eso era lo mejor que le podía pasarle, lo mínimo. Lo más frecuente era que yo le hiciese preguntas respecto a la tira del día, en las que se embarullaba sin remedio, hasta que se iba mucho más confundido de cómo había llegado.
Mis seis horas diarias ante la ventanilla, meneando de acá para allá la maldita bandeja y  escuchando las habituales chorradas e impertinencias de los clientes, con la mejor cara posible,  contribuyeron no poco a que odiase aquel aire de ingenua bondad de mi jefe y, sobre todo, su innata simpatía y don de gentes. Su sueldo no era mucho mejor que el mío, pero tenía un despacho ridículo detrás de una mampara de metacrilato, veinte años menos y el sambenito de bobalicón que yo contribuí a alimentar con generoso empeño hasta que Ramiro ascendió y se fue a Madrid, a la Central, con doble sueldo y la mitad de horas de trabajo.
Yo, a pesar de mi despierta inteligencia, de mi indiscutible sentido del humor, sigo calentando el mismo asiento frente a la misma ventanilla de esta sucursal cutre, olvidada en un mísero poblacho de provincias.
Tengo otro jefe, siempre correcto, seco como un cardo a la orilla de un camino, al que no consigo encontrar el punto flaco, así que mantenemos una relación laboral aséptica y aburrida. Aburrida para mí, claro.
 Por eso ayer me sorprendió muchísimo que me llamase por mi nombre y me preguntase:
—Elena, ¿ha visto el periódico?
—Sí.
—Tráigamelo, por favor.
Sentí cómo la boca se me llenaba de saliva y a una víbora minúscula reptando sobre mi estómago. Mi emoción era indescriptible cuando le contesté:
—De acuerdo, pero hoy no trae tira cómica.
—¿Perdón?
—Digo, señor director, que hoy no trae tira cómica.
Primero se quedó mirándome con cara de pasmo como si se sintiera desorientado. Luego reaccionó y, mientras me fulminaba con los ojos,  sin que apenas se le moviese un músculo de la cara, me contestó  con una especie de silbido:
—¿Es usted estúpida? Tráigamelo inmediatamente. Quiero echar una mirada a la Bolsa.

Aurora García Rivas.


6 comentarios:

  1. Aún me sigo riendo con el final de este relato Aurora. Gracias por dejarnos estas letras. Sigues estando en forma, algo que nunca dudamos, y eso es de agradecer.
    Un abrazo inmenso.

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    1. Gracias, Rafael, tú tan gentil como siempre. Un abrazo desde Asturias.

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  2. Aurora, un placer literario adentrarse un domingo en tu relato. El final es divertido desde esos vaivenes tan dramáticos de los valores y las cotizaciones.
    Felicitaciones. Me alegra tu regreso.
    Un abrazo

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  3. Querida amiga en las Letras y sus consecuencias: muchísimas gracias por tu comentario. A ver si logro incorporarme de nuevo a estas idas y venidas de blog a blog y retomo las buenas costumbres. Un abrazo, Aurora

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  4. Querida Aurora, cuantos Ramiros sueltos por esos mundos de Dios... El final coincidente con la propia vida, lo dice una coplilla... "A veces, las cosas no son lo que parecen..."
    Aprovecho para decirte que te mandé hace unos días un correo solicitando te venia para una publicación. ¿Lo leiste...?

    Un abrazo DIEGO

    PD.- ¿Cuando quitarás esa tortura de validar el comentario cun unos números y letras que nunca se distinguen...?

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  5. ¡Ahhhh1 Ahora caigo en lo de los números y las letras... Es que a mí me pasa lo mismo. Y claro que es una tortura y además torticera.
    Veré de quitarlos, pero es que soy tan inútil que no sé si los encontraré ni sé qué hice para ponerlos. Es que siempre creí que se ponían solos.
    Bueno, pues sí, Ramiros hay la tira, pero ésos no son los peores. Los peores son los otros, como la señora del cuento, los envidiosos... y de ésos sí que hay. De todos modos, una buena h... en los morros no les vendría mal alguna vez y, en su defecto, un buen corta de mangas como el del cuento.
    Un abrazo. Auroras

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