lunes, 24 de agosto de 2015



Aurora García Rivas ofrece al lector la posibilidad de imaginar la vida de la joven Catalina de Santisso. Tragedia y dolor envueltos en retazos de la historia de una joven dama que conoce, desde muy joven, el lado más oscuro de la vida a través de su marido, Vasco das Seixas, señor de la fortaleza lucense de Xiá

Aurora García Rivas
Aurora García Rivas (La Antigua, San Tirso de Abres, 1948) presenta Catalina de Santisso, novela histórica que recrea el S. XVI en Galicia y el occidente asturiano a partir de una leyenda muy conocida en su tierra.


¿Quién era Catalina de Santisso?
Era hija de Sancho Lope de Santisso, hidalgo que en el s. XVI tenía casa en lo que es hoy San Tirso de Abres la cual había pertenecido a su familia, los Santisso, desde generaciones atrás.

¿Cómo llegó hasta ella?
A través de su leyenda de la que Jesús Ferreiro de la Torre —primer alcalde de la democracia durante veinte años y muy interesado en la historia de nuestro municipio—, me habló de Catalina y me dio información sobre el personaje.

Es su cuarta novela, ¿en qué se diferencia de las anteriores?
No tienen ninguna relación entre ellas.

¿Cuál ha sido el proceso de investigación llevado a cabo sobre el siglo XVI en la zona en la que se desarrolla la novela?
Muy laborioso, sobre todo las genealogías en las que hay contradicciones y la cuestión de los apellidos,  que no siguen el criterio actual.

Usted recrea la vida de una mujer joven en un siglo cambiante y convulso ¿qué la impulsó hacia este personaje poco conocido?
Fueron varias cosas las que se conjugaron:
El conocimiento que se tiene de ella a través de su leyenda, que habla de su dramática vida al lado de su esposo Vasco das Seixas y de su trágica muerte a manos del mismo, que la acusaba de adulterio mientras la apuñalaba.
El hecho de que hubiese vivido en el pueblo en el que nací cuya casa conocía de toda la vida. La llamábamos “el palacio de Amaído” pero no me llamó la atención hasta hace unos años cuando recuperaron documentos y desenterraron un escudo.
También el hecho de que fuese hija del hidalgo que dio nombre a San Tirso de Abres.

Su novela arranca de una leyenda nacida de la voz popular ¿qué cuenta esa leyenda?
La leyenda de Catalina de Santisso, “A dona das torres”,  cuenta el milagro que se produjo cuando su padre  —enterado de que su hija había sido asesinada por su marido—, manda exhumarla y aparece incorrupta, manando sangre fresca mientras por la capilla de la Magdalena, en la que está enterrada dentro de la iglesia del monasterio de Sobrado dos Monxes, se esparce olor a rosas y se escucha música celestial. Era la prueba de que era inocente de la acusación de adulterio según las creencias de la época.

El libro habla de una mujer marcada por un matrimonio pactado con consecuencias funestas ¿teme que se tache a la novela de oportunista o tendenciosa?
Para nada. Cada lector sacará sus propias conclusiones. Yo las respeto todas pero puedo asegurar  que no es tendenciosa puesto que los hechos son irrefutables.  Tampoco es oportunista;  es cierto que está dedicada a las mujeres maltratadas porque es lacerante el momento que vivimos y me pareció justo, pero no es una novela sobre el maltrato sino sobre la vida de Catalina.

¿Qué opina usted de la literatura orientada exclusivamente a las mujeres?
No me gusta ninguna forma de arte orientado a las mujeres porque pienso que es una forma más de marginarlas y encasillarlas. Sobre la tierra convivimos hombres y mujeres. Somos dos partes de un todo, imprescindibles las dos. Otra cosa son los derechos igualitarios. Pero ése es otro tema.

¿Qué momento vive la literatura actualmente?
Malo. Todo parece conducirnos al consumismo sin más. Con la tele y los móviles se resuelve un altísimo porcentaje de acceso a la “literatura”.

¿Cómo ha sido acogida la novela en su tierra?
Muy bien. Estoy muy agradecida a todos los vecinos de San Tirso, Taramundi y Lourenzá.

Su primera novela fue publicada en fala ¿por qué no ha seguido publicando en su lengua vernácula?
He escrito en fala creo que lo suficiente para que en el futuro haya constancia de que en San Tirso se hablaba esa lengua. Y digo bien, hablaba, porque cada vez se habla menos. Era algo que debía a mi tierra. Forma parte de su patrimonio inmaterial y  merecía ser atendida  porque, además, que está desapareciendo.

Por otra parte, el castellano también es mi lengua materna, los aprendí al mismo tiempo durante mi infancia.

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