jueves, 24 de mayo de 2012

Niña con cerezas

La niña de las cerezas: John Russell

Las cerezas (continuación)

…mientras miraba a través de la ventana creí ver, colgadas entre las hojas, todas las cerezas del plato de nuestras peleas infantiles y una vieja sensación de derrota me invadió el alma. Toda la farsa de la vida y de la muerte se puede contemplar, danzando bajo el sol, en el transcurso de un segundo: estaba allí, entre las ramas del  viejo cerezo, y yo no me había dado cuenta nunca.
Un día, a la hora de comer, Rosa, con la paciencia ya agotada y no sabiendo qué darme, me preguntó.
—Camila, ¿qué te gustaría comer?
Yo miré a través de la ventana y sentí que la boca se me llenaba de cerezas. Sentí su dulzor, su frescura, su destello…
—Cerezas —contesté.
Rosa salió de la habitación y un momento después la vi encaramarse —con la agilidad de su niñez recién abandonada—, a las ramas más altas del árbol, donde las cerezas son siempre más dulces. Fue el efecto de un relámpago que llegó a mi corazón antes que a mis oídos. Una rama se quebró y, en un instante, Rosa moría en el suelo con los ojos entreabiertos y el pelo desparramado sobre la hierba.
Yo no morí entonces porque tal vez no merecía esa dicha. A mi dolor se sumó el de nuestros padres; nunca me hicieron un reproche pero cargué penosamente con este sentimiento de culpa durante toda la vida.
Anduvimos nuestro tiempo sin Rosa, como pudimos. Cuando el cerezo se secó, no lo reemplazamos porque en ningún otro podría vivir su alma ni cobijarnos a nosotros tres con su sombra.

Han pasado muchos años. Primero murió nuestro padre, anciano ya, con los ojos siempre tristes; hace tan sólo unos días, nuestra madre ocupó también su lugar entre ellos.
Cuando me quedé sola, tras las últimas condolencias, volví a casa con una dolorosa amargura segándome las lágrimas y me dispuse a ordenar los asuntos familiares. Por primera vez en mi vida, tuve acceso al cajón con llave del cuarto de nuestros padres. Bajo unos documentos, había algo envuelto entre la blonda de una mantilla de cristianar: era el plato de las cerezas, con su vieja herida cuidadosamente cerrada con pegamento. Dentro de él, palidecía un mechón de pelo rojo atado con una cinta azul; bajo éste, reposaba el sepia nostálgico de un retrato de Rosa y mío cuando éramos muy pequeñas. Yo estaba sentada en el suelo, sobre la hierba, e intentaba librarme de la mano de Rosa que, a la fuerza, y mientras reía jubilosamente, me metía en la boca un puñadito de cerezas.

Fin.

Derechos de propiedad intelectual: registrada y documentada toda la obra de este blog en el Principado de Asturias, en distintas fechas.

3 comentarios:

  1. No esperaba un final tan triste. Pero es un relato hermoso.

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  2. Gracias, amiguiña. Yo creo que no es un final triste. Creo que Camila, de alguna manera, recuperó su infancia. Pero bueno, si tú lo ves triste, para ti es triste. Un bico.

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  3. ...era el plato de las cerezas, con su vieja herida cuidadosamente cerrada con pegamento.

    Es estupendo.

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