sábado, 5 de mayo de 2012

                                        
Un cuento para hoy.
                                               LA CAJERA

Tanta amabilidad en las empleadas del supermercado no podía ser una consigna de la empresa. Era evidente que resultaba excesiva y pegajosa. Yo acababa de llegar a la cuidad desde una tierra áspera, tímida —aunque noble y franca—, y aquellas palabras me sonaban, cuando menos, inoportunas.
Cariño, cielo, mi amor, eran expresiones que me parecían fuera de lugar en boca de las dependientas cuando se dirigían a mí, aunque acabé por aceptarlas al caer en la cuenta de que se trataba de simples muletillas de uso local.
Casi siempre me atendía la misma cajera cuando iba a pagar mis compras: una belleza de rasgos semíticos, que seseaba con agradable naturalidad y que llevaba prendida de la blusa del uniforme una placa de identificación con un extraño apellido.
Cuando no había nadie más que nosotras en la caja, charlábamos amigablemente de intrascendencias y a veces nos permitíamos alguna broma muy medida. Luego, entre las dos, colocábamos la mercancía en las bolsas, me entregaba el ticket y decía:
—Son cuarentaisinco euros, o dieciseisconsincuenta , sielo, por favor.
Yo abonaba la cuenta y nos despedíamos como personas conocidas que saben que no deben caer en la familiaridad de un trato más cercano.
Un día me atreví a observar que tenía un apellido muy poco frecuente y le pregunté si no era de por aquí. Ella se quedó en suspenso un momento y, con voz suave y contenida, me contestó:
—Soiunamesclademuchascosas.
No me miró siquiera. Siguió llenando las bolsas como si no me hubiese visto nunca, aunque me pareció adivinar un sutil gesto de sorna en la sonrisa de siempre y, al despedirme, no me dijo adiós, sin más, como era su costumbre.
—Le deseo un día presioso, señora. Grasias.
Marché incómoda, más que por lo que ella parecía insinuar, por una sensación que, de repente, me envolvió en la duda de una buena metedura de pata por mi parte, sin acertar entender el motivo, aunque sí lo intuía y me producía cierto bochorno.
Desde entonces, cuando coincido con ella en la caja, ya no me atrevo a charlar como antes y ella me atiende con la misma indiferencia que a cualquiera. La encuentro distante —o eso me parece—, y tengo la impresión de que me mira como si yo fuera un poco imbésil.

Aurora.

4 comentarios:

  1. Hombre... gracias. No es más que un cuentecillo. Te voy a nombrar crítica oficial de mis cuentos. Creo que me va a merecer mucho la pena. Bicos.

    ResponderEliminar
  2. Aurora la cajera parece "sevillana...".

    Que facilidad tienes para en pocas palabras, decir mucho. Te envidio (sanamente).

    ResponderEliminar
  3. Gracias, Diego. No es para tanto. Si es un cuento breve, hay que eliminar lo superfluo, lo que no aporta nada. Y, ahora que me doy cuenta, le sobra una cosa.
    Sara no quiere publicar en ningún sitio más. Ya te dije, es muy suya. Me dejó a mí porque se lo llevo pidiendo meses y porque soy una abuela consentida. Lo siento, pero es una decisión suya.
    Espero ver pronto algo nuevo en tu blog. Un abrazo. Aurora

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.