domingo, 3 de febrero de 2013

Hace algún tiempo publiqué este cuento en este mismo blog. Como ahora tengo muchos más lectores, me gustaría compartirlo también con ellos. Por cierto, ayer en Coaña, un maravilloso encuentro con los homenajeados, con compañeras de letras y con el pueblo de Coaña, siempre tan acogedor.

Las Catedrales, Ribadeo fotocomunity

EL PARAGUAS

Hace unos días, cuando regresaba de dar mi paseo por el camino que sigue los acantilados, se puso a llover a cántaros. En un momento me puse como una sopa. Me apresuré todo lo que pude para guarecerme bajo la última de las pérgolas que jalonan el sendero, aun cuando estaba segura de que no iba a servirme de mucho.
Poco antes de llegar, me encontré con él: era el hombre que todas las tardes hacía el mismo camino que yo y que se paraba sobre las rocas como si estuviera clavado en ellas, como si fuese el espíritu del aire; miraba al mar abatido, triste, ausente. No importaba qué tiempo hiciera, acudía puntual a aquella cita misteriosa y atisbaba el horizonte como si esperase a alguien.
Aquel día diluviaba, pero él parecía no sentir el frío del aguacero ni el azote del viento... Tampoco abrió el paraguas que llevaba siempre, lloviese o no, y que nunca le había visto usar. Miraba al horizonte absorto, en una especie de éxtasis  como si, de un momento a otro, fuese a echar a volar sobre las olas.
Cuando llegué a su lado, estaba empapada. Tenía frío y pensé que iba a coger una otitis. Entonces tuve la idea de pedirle el paraguas puesto que él no lo usaba; al menos me protegería algo la cabeza. Me acerqué a él y lo saludé.
—Hola, buenas tardes.
Me miró como si no me viese, pero reaccionó y creí adivinar un gesto de cordial simpatía en sus ojos.
—¿Sería tan amable de prestarme el paraguas, por favor?
Parecía no asimilar mi petición y me miró largamente. Al fin, me lo tendió sin contestarme; abandonó su atalaya, dio la vuelta y se alejó camino de la cuidad cuidando de esquivar los barrizales que la lluvia había dejado entre la hierba. Yo me quedé con el paraguas en la mano más sorprendida que si me hubiese dicho que no.
Al verlo marcharse con paso decidido, probé a abrir el paraguas levantándolo por encima de mi cabeza. De repente, me envolvió una sombra: me cayó encima toda la flacidez de la tela que se había soltado de las varillas y vi cientos de agujeros por los que entraba la luz cenicienta de la tarde. Me liberé como pude de aquel desbarajuste de óxido y polillas y empecé a correr tras el hombre para devolverle aquella inutilidad, pero ya no pude alcanzarlo. Había desaparecido entre la lluvia como un encantamiento.
Ya en casa, intenté arreglarlo; lo enrosqué, procurando disimular tantos agujeros y tantos rotos como tenía, y me puse a meditar sobre el misterio del paraguas, siempre en la mano del hombre y siempre cerrado. Supuse que tendría sus razones. Qué sabía yo de su alma… Qué puedo yo saber del alma de nadie… Tuve la impresión de que, aun sin haber hablado nunca con él, ya éramos amigos. O, al menos, que había entre nosotros un especial entendimiento.
Al día siguiente volví a dar mi paseo y llevé el paraguas a su dueño. Lo encontré en el sitio acostumbrado, en las mismas rocas que bajan como filos de espadas hasta el rompiente. Estaba inmóvil, de pie frente a la galerna que amainaba a aquella hora.  Parecía atrapado por una parálisis. Lo saludé con un susurro para no asustarlo y se volvió hacia mí. Por primera vez pude ver con claridad sus ojos teñidos con todos los grises del anochecer. Me dirigió una mirada que parecían venir del mismo fin del tiempo pero advertí en su cara el albor de una sonrisa.
— Tenga —le dije devolviéndole el paraguas—, muchas gracias.
— De nada, pídamelo cuando quiera. Yo no lo uso nunca.
Desde entonces, llueva o no, yo también llevo un paraguas cuando paseo por la orilla del mar. Si llueve no quiero que mi amigo piense que no le pido el suyo porque no me atrevo, o él me lo ofrezca y no sepa cómo decirle que no sirve para nada.
     Aurora G. Rivas

25 comentarios:

  1. Aurora, me gusto bastante. Un abrazo.

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  2. Me ha encantado, se abre la imaginación y veo en el paraguas una vida de recuerdos agarrada a esas varillas desajustadas y la tela rota como la misma vida. Me ha gustado mucho Aurora. Besicos.

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    1. Quién sabe... Por eso mismo, queda abierto a la imaginación y a las conclusiones de cada uno. Un montón de besicos, Angelines.

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  3. Bonito relato al que has sabido dar vida en un acto tan corriente Aurora. ¡Felicidades!
    Un abrazo y feliz domingo "miguiña"

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    1. jajajaja, miguiño... no es tan corriente que alguien lleve consigo un paraguas que no sirve para nada. Un abrazo.

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  4. A saber que ocultaba aquel paraguas, amiga mía, a saber. Este relato agudiza la imaginación. Podemos darle versiones y finales distintos y eso me gusta.

    Un beso

    Fina

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    1. Pues anímate y escribe tú el final que te gustaría que tuviese. Un abrazo.

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  5. Bonito cuento Aurora, seguramente llevar a cuestas nuestro pasado es la manera de no querer desprenderse de él, por muy amargo que sea. Tal vez, ese paraguas sea el símbolo de ese pasado, lleno de vacios al aire... y... al abrirlo tú, este buen hombre se liberó del peso de sus desdichas... Igual es bueno para él, pedírselo de vez en cuando. Un abrazo,

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    1. Es posible, Lumi. La cuestión es que yo no lo sé, no sé si es bueno o no para el hombre del paraguas porque no sé nada de él. Todo son conjeturas. Es curioso lo que siempre me ha pasado con este cuento: nadie lo lee de la misma manera, y eso es algo que me encanta porque, en realidad ¿qué puedo saber yo de los personajes que invento? A veces, como en esta ocasión, los dejo escapar en lugar de constreñirlos a lo que yo pienso que deben ser.
      Un abrazo y muchas gracias.

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    2. Ciertamente Aurora, desde el principio pensé que se trataba de un relato nacido de la imaginación, pero me gusta responder cuando un escrito está en primera persona, como si así fuese. Yo también utilizo algunas veces esta forma expresar, sin ser yo la protagonista. Me agrada que hayas valorado mi comentario. Muchas gracias a ti, por hacerme partícipe de tu obra. Un abrazo,

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  6. Aurora, muchas gracias por tu visita.
    En primer lugar me gustarìa referirme al nombre de tu blog: "Tiempo de Calèndulas."
    Tengo un hermoso recuerdo de ellas, mi padre era florista y jamàs faltaban en el negocio, aunque no eran mis preferidas les tenìa mucho aprecio. Tambièn llamadas Flores Maravilla, por el hecho de que al igual que los girasoles tienden a seguir el movimiento del Sol. Tienen excelentes propiedades medicinales y son muy bellas, siempre alegran el lugar donde se encuentran.
    Te doy la bienvenida a mi Blog y poco a poco nos iremos leyendo.
    Me encantan las historias de paraguas, luego paso con màs tiempo a leer tu relato.
    Cariños.

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    1. Gracias a ti, Adriana. Cierto, las caléndulas son medicinales, bellas,solares... Por eso las prefiero entre todas, y mi blog intenta casi lo mismo. Digo casi...
      Un abrazo.

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  7. Aurora:
    Ya que lo mencionó la anterior comentarista, Adriana, quiero comentarte que mi abuela María, asturiana ella, tenía sus plantas de caléndula en un enorme macetero, que había en la terraza de la casa.
    Respecto a tu cuento, te diré que me pareció muy bueno.
    Yo lo relaciono a una historia similar: la de Penélope y su versión de Serrat.
    Allí, la letra menciona: "Penélope, con su bolso de piel marrón, sus zapatos de tacón y su vestido de domingo". En tu caso el hombre lleva su paraguas y quizá espere un barco, que traiga de regreso a su amor ido.
    Un gran abrazo.

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    1. Son tan austeras que casi no necesitan nada más que lo que les llega del cielo, agua y luz. Y gracias por tu opinión. Ya hay un nuevo final. Me encanta que cada uno piense una cosa. Podéis ponerle un final si os apetece.
      Muchas gracias, Arturo. Un abrazo.

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  8. El arte y la literatura en este caso tienen la virtud de ejercitar ese "tercer ojo" que varias de las corrientes de indagación psíquica en oriente han vislumbrado. Tenemos en occidente la discapacidad de ser guiados por cíclopes espirituales que solo miran por una grieta hacia lo externo e interno y obedientemente les seguimos con fe ciega. El simbolismo dentro de la estética pasa a superar la atrofia del ver y del decir cotidiano y de ahí la multiplicidad de perspectivas y pareceres que se desprenden de la obra artística que escapan al mismo autor. Por eso cuando un artista expresa, "quise decir" "no quise decir" con relación a su obra no hay que hacerlo caso estricto, pues en realidad el decir individual no vale para las expresiones artísticas, como en los sueños, uno no decide, ni diseña, ni boceta, ni programa lo que sueña, simplemente se dan en uno, uno no es responsable de lo que sueña. Una vez expresado el sueño es cuando se hace consciencia colectiva, mirada y decir social. Por tanto ese mirar y decir me pertenece solo en parte, tal como una acción de inversión en una empresa. Lo que se hace más patente y evidente en los juegos del inconsciente, por ejemplo, si hablamos de un paraguas en el lenguaje artístico, estamos hablando no solo de un aparato objeto común y corriente sino de todas sus relaciones simbólicas, de significancias, tanto materiales como afectivas, o sea que un paraguas es más que un paraguas, el paraguas del Coronel y su esposa, el paraguas de Ch. Chaplin, el paraguas en aquella pintura o en esta escultura, en una canción...
    Todos y cada uno cargamos o guardamos aditamentos permanentemente que caracteriza nuestra fisonomía, a veces conscientemente, a veces apenas perceptiblemente, pero la mayoría de las veces ocultos para nosotros mismos, son nuestros tics, ruinas y saldos de antiguas batallas, cicatrices que a fuerza de verlas todos los días se han hecho invisibles.
    Ese paraguas cargado todo el tiempo como símbolo de protección contra la lluvia termina por arruinarse en la repetición de los días en su propósito de proteger, ya no sirve para tal fin pues su uso ya no es necesario, los aguaceros se pueden recibir y vivir sin necesidad de evitarlos, es más se pueden disfrutar mientras duren pues ya llegará el momento en que deje de llover. La forma de ver y vivir la lluvia no es igual para todos, y por ello no es un decir monolítico ni unidireccional. Esto es lo que nos recuerda y nos refrenda el arte. Tu paraguas no es mi paraguas ja ja ja.
    Muchas gracias por tan apasionante relato mi querida Artista y Escritora!!! La lectura del Coronel no termina ja ja ja.
    Mi gran abrazo!!!

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    1. Lo vuelvo a apuntar para seguir con mi tesis particular. Un abrazo, filósofo.

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  9. Precioso, ya sabes que lo publiqué con tu permiso en mi blog. Me encanta que entrases en este fascinante mundo de los blogueros y que yo por mis múltiples compromisos se me hace difícil atender como me gustaría.
    El lunes se presenta de manera oficial mis SUEÑOS EN 39 COLORES a la vez que se inaugura una exposición de pinturas, grabados y cerámica de mi cónyuge. Me he prometido que cuando salga de este evento, me dedicaré sólo a los programas de la tele, que no es poca cosa.(Por cierto puedes verlos desde mi págiina abierta en facebook a mi nombre)
    Un gran abrazo amiga.

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  10. Un relato bien estructurado y que mantiene la atención hasta el final.
    Me gustó,aunque el final,sinceramente,me dejó algo frío.Me esperaba un final más explosivo,más misterioso...

    Saludos Aurora.

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  11. Como te decìa, me encantan las historias de paraguas, creo que son màgicos, Mary Poppins es un claro ejemplo jaja.
    Tu relato me gustò muchìsimo, supongo que el personaje masculino no era de hacer visitas, de lo contrario lo hubiera perdido, son fàciles de olvidar, pero cuando estàn con nosotros, sentimos ese fiel cobijo sobre nuestras cabezas, son una especie de cielito particular y confidente, donde para algunos llueve por fuera y para otros por dentro.
    Un abrazo Aurora.

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  12. Vengo a saludarte desde la Cupula Verde
    un saludo cordial!

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    1. Bienvenida, Meulen. Me disculparás que no pueda atenderte mejor. Hasta la semana que viene apenas dispongo de tiempo, pero ya charlaremos.
      Un abrazo y mi agradecimiento. Aurora

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  13. Aurora, leerlo de nuevo ha sido un placer.

    Precioso.

    Un abrazo.

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